El control de las plagas en los cultivos ha sido desde siempre un problema que ha preocupado a los agricultores. Las plagas incluyen la aparición de insectos, microorganismos patógenos, roedores, hongos o vegetación perjudiciales para la cosecha, y se combaten habitualmente usando pesticidas y plaguicidas. Los pesticidas son, según la FAO, una substancia o conjunto de ellas destinada a prevenir, controlar o erradicar las plagas. Debido a que su selectividad no es infalible, es inevitable que los pesticidas afecten no solo al patógeno contra el que están aplicados, si no que tengan efectos sobre el suelo, el aire, el agua y el resto de flora y fauna del área de aplicación. El grado en el que afectan a estos medios no solo depende de la toxicidad de la sustancia: la vida media del pesticida también determina su impacto, ya que cuanto más alto sea su tiempo de persistencia en un medio, más dañino será para el mismo. Esta persistencia del pesticida conduce al aumento de su concentración en los organismos y a su bioacumulación. Diversos estudios demuestran efectos derivados de la exposición a pesticidas sobre la salud humana: van desde daños celulares, carcinogenicidad, aumento de las afecciones reproductivas, daños en el sistema nervioso, efectos irritantes y estresantes...etc.
En diciembre de 2019 la Comisión Europea aprobó el Pacto Verde, un proyecto que propone varias medidas para obtener una Europa más sostenible de cara a 2050. Consta de una serie de estrategias cuya finalidad es proteger el medio ambiente y poner freno al cambio climático. Entre ellas se encuentra ‘Farm to Fork Strategy’, un conjunto de objetivos que pretenden obtener una industria alimentaria que dañe lo mínimo posible al planeta. Dicha estrategia también sitúa en el punto de mira a pesticidas y plaguicidas, reclamando un uso más sostenible y responsable de éstos. Los planes de acción incluyen la formación de utilizadores y distribuidores de este tipo de sustancias, la prohibición de su pulverización aérea, la limitación de su uso en áreas protegidas (que incluyen medios de los que se obtiene agua potable), inspecciones de los productos y su equipamiento de aplicación, así como la información y educación de la sociedad acerca de sus riesgos.
Cara a la nueva legislación que regula el uso de pesticidas, comienza a darse una mayor importancia a alternativas más saludables para el planeta y el ser humano, como es el caso de los biopesticidas. Los biopesticidas se definen como pesticidas extraídos de sustancias naturales cuyo origen varía desde derivados de hongos, pesticidas víricos o bacterianos, derivados de plantas, de compuestos orgánicos o incluso feromonas. Son una opción no tóxica y más respetuosa con el medio ambiente que sí resulta eficaz contra un amplio espectro de plagas en las cosechas. Además, ayudan a combatir la resistencia a los pesticidas sintéticos. Su uso se sigue incrementando y en 2015 ya se estimó que el consumo de biopesticidas crecía un 10% cada año. Sin embargo todavía es necesaria investigación acerca de cómo incrementar su aplicación, y también normas que regulen este mercado. De esta forma podrá lograrse una normalización cada vez mayor y las industrias agrícolas podrán prescindir de pesticidas y plaguicidas más perjudiciales a todos los niveles.